domingo, 27 de abril de 2014

Nuestro camino

¡Hola, Creadores!

¿Qué tal semana? Espero que ¡genial! como poco. ;D 

Hoy os traigo algo un poquito diferente. 
Acabo de escribir en un momento algo que prácticamente me ha salido solo. Es muy cortito, y nada espectacular, pero significa mucho para mí. Hace un par de años, me dijeron una cosa que ha aparecido aquí no sé muy bien cómo, ha despertado de mis recuerdos sin más. 
Espero que os guste, o que por lo menos no lo odieis. x)

Bueno, aquí el texto:


Nuestro camino


Solo veía a un montón de gente, de personas desconocidas, agolpadas al rededor de él.

No entendía nada.                                                                                                                                 

La muchedumbre no dejaba de hablar.                                                                                             

Cada vez estaba más perdido.

Se giró, asustado; una respiración agitada e irregular le dirigía. No sabía cómo pararla.
De repente, siguió un impuso: corrió. Oyó cómo todas aquellas personas de rostros impersonales parecían gritar su nombre, pero no paró, contunuó corriendo porque, cierta persona le dijo una vez que, si te paras, ya estás muerto. Él no quería morir.

Corrió, y siguió corriendo, y nunca paró; oh no, jamás paró.
En esa carrera dejó atrás muchas cosas, muchísimas: paisajes inolvidables, gentes entrañables que permanecerían por siempre en sus recuerdos, momentos inconfundibles y otros no tan singulares. Situaciones divertidas, otras tristes, confusas, alegres, inquietas, curiosas, amables y cariñosas, espectaculares, indignantes, horribles y preciosas, esperanzadoras, llenas de ilusión, llenas de fracaso. Situaciones repletas de vida, de sueños, de ganas de vivir.

Le causaba remordimiento y culpabilidad dejar todas esas cosas atrás; y por ello bajó un poco el ritmo de la carrera, pero siguió adelante. A pesar de llevar un halo de tristeza envolviendo todo su ser, siguió corriendo. Y a medida que avanzaba, fue dándose cuenta de que no había por qué tener remordimientos o sentir culpabilidad, o dejar que la pena se lo tragase. Así que bajó de su espalda, sin dejar de correr, la mochila que un día encontró a la vera del camino, y la dejó allí mismo, en el suelo. Y decidió que por fin, después de tanto tiempo, correría más rápido que nunca.


Una sonrisa se le dibujó en la cara. Ya nada le impedía ser tan rápido como quisiese.


¿Qué tal? ¿Os dice u os suena de algo?


¡Besitos aplastantes!

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