martes, 17 de septiembre de 2013
Una princesa de cuento, de César Dublas
¡Buenas Creadores!
¿Cómo estáis?
Hace ya un tiempo, en agosto, leí el primer capítulo de la historia que César Dublas ha estado escribiendo, y me gustó tanto que he pensado enseñarla por aquí.
Os cuento, lo primero que me llamó la atención fue que, aunque los cimientos de la historia ya me sonasen de otras, nunca había leído nada similar. Y eso me gustó.
Otro punto destacable: la protagonista. Si leéis la historia sabréis por qué. ;)
Podría seguir diciendo más, pero hasta que lo haga, os dejo por aquí el primer capítulo y los enlaces de los otros tres (son los que hay publicados. Conforme salgan los iré publicando por aquí para que los leáis si queréis ^^).
¿Cómo estáis?
Hace ya un tiempo, en agosto, leí el primer capítulo de la historia que César Dublas ha estado escribiendo, y me gustó tanto que he pensado enseñarla por aquí.
Os cuento, lo primero que me llamó la atención fue que, aunque los cimientos de la historia ya me sonasen de otras, nunca había leído nada similar. Y eso me gustó.
Otro punto destacable: la protagonista. Si leéis la historia sabréis por qué. ;)
Podría seguir diciendo más, pero hasta que lo haga, os dejo por aquí el primer capítulo y los enlaces de los otros tres (son los que hay publicados. Conforme salgan los iré publicando por aquí para que los leáis si queréis ^^).
Capítulo 1
El sonido de las páginas al abrirse le irritó más que ninguna otra vez. Ya estaba cansada de miradas fugaces, sonrisas furtivas y demás tonterías lacrimógenas que su empalagoso creador creía necesarias en su historia. Ella era una mujer de acción: las lágrimas, después de caer por alguna ladera rocosa; las miradas y las sonrisas eran para aquel que consiguiera hacerle sentir algo entre las piernas y no para ese amanerado príncipe que le había tocado por condena. Vestía de azul, cómo todos, y sus rubios y sedosos cabellos ondeaban al viento a lomos de su noble corcel, nada que ver con el moreno hombretón de pelo en pecho y mirada lasciva que había dejado en la cama. Pero el lector la esperaba, así que se arreglo el pelo, se bajó el vestido y salió en la búsqueda de su amado príncipe.
Teniendo en cuenta el tiempo que pasaba desde que se oía la primera hoja hasta que el lector se centraba en su historia, debía darse prisa para llegar a tiempo a Palacio. Se había alejado demasiado, sobretodo estando el marcapáginas en pleno clímax, pero no pudo resistirse a un fornido porquero de ojos azules e instintos primarios. El escalofrío que ascendió desde su estómago hasta la parte posterior de sus orejas pasando por el cuello le hizo recordar sus rudas manos y tuvo que luchar con la idea de volver a la habitación.
A esas horas de la noche la posada estaba llena de campesinos borrachos que cantaban y apuraban las últimas gotas de libertad que contenían sus jarras antes de regresar a sus granjas. Olía a sudor, a barro y a alcohol casero y, por alguna razón, le pareció que no podía haber en el mundo un olor mejor que aquel.
—Necesito que me llevéis, amable caballero —el joven de cabello rubio y botas de montar la miró de arriba a abajo componiendo una sonrisa pícara. Iba lo suficientemente bien vestido para permitirse un buen caballo pero no tanto cómo para que fuera un caballo que sólo tuviese valor por su belleza y no por su velocidad.
—Por supuesto, preciosa —contestó él sonriendo y mirando a sus compañeros de mesa—. Pero primero dejadme que termine mi jarra.
Al salir de Palacio por la mañana le había apetecido caminar, por eso había dejado a Rebelde, su yegua, en el establo y había recorrido el Camino Real andando hasta encontrar la posada.
—No hay problema, mi noble señor. Si me dice cuál es su corcel, le esperaré junto a él; necesito tomar el aire.
De haber tenido más tiempo, no hubiera tenido problema en compartirlo con el joven caballero que señalaba su caballo. De haber tenido más tiempo, incluso hubiera dejado que le hubiera pedido, por su seguridad, que se sentara entre sus brazos y las riendas del caballo; y lo hubiera disfrutado. De haber tenido tiempo, no hubiera recorrido al galope el Camino Real hasta llegar a Palacio y no habría tenido que subir corriendo las escaleras hasta llegar a sus aposentos.
Pero no había tenido tiempo; tenía trabajo que hacer.
Nuestra princesa se revolvía nerviosa en su cama, a la espera de la llamada de su príncipe, cuándo escuchó la voz que entraba por la ventana. Su amado, con voz risueña, le recitaba un poema de amor desde el exterior del castillo.
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¿Que qué me parece?, me parece una genial que te haya llamado tanto la atención la historia y que te hayas decidido a compartirla.
ResponderEliminarMuchas gracias, es un placer escribirla para gente que la disfruta.